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UNA SONRISA MENOS

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En la ciudad de Esmeralda, donde en cualquier esquina se podían encontrar diferentes actos delictivos como el robo y la venta de estupefaciente, y una que otra vez cuerpos sin vida tirados en medio de la carretera. Vivía una pequeña niña de tan solo ocho años, que a pesar del ambiente pesado donde cualquier cosa podía pasar, se destacaba por ser sonriente, encantada de la vida, llena de esperanzas y ánimos de jugar.

Diariamente, Miley caminaba por las calles de su sector junto a su hermano Josué, quien era cinco años mayor y siempre la protegía. La pasaban muy bien. Un día salieron al parque central, donde jugaron por más de tres horas, para luego regresar a casa donde les esperaba su madre y padre. Era una familia de pocos recursos, pero muy unida, donde lo que importaba era la felicidad y el bienestar del otro.

 

El último viernes de la jornada escolar Josué se enfermó, sus padres preocupados de que fuera dengue, pues estaban en época de lluvia y los zancudos no los dejaban en paz, lo llevaron rápidamente a un centro de salud; no sin antes dejar a su hija en el colegio.

 

Pasaron las horas y las clases culminaron, al ver que nadie la venia a recogerla, Miley decidió regresar por su propia cuenta a su hogar. Faltando unas pocas cuadras para llegar, un señor se le acercó preguntándole por una dirección, ella muy amable lo ayudó, mientras se ubicaba, el hombre, quien era de gran tamaño y de ojos negros, la agarró fuertemente, alzándola y llevándola contra su voluntad a un callejón.

 

Lloraba incontrolablemente y trataba de gritar, pero al parecer nadie escuchaba.

 

-Ayúdenme, por favor. Ayuda. Por favor déjeme ir -, fueron algunas de las palabras que la pequeña pudo esbozar.

El tipo la calló golpeándola en el rosto, para luego con sus enormes y gruesas manos empezarla a tocar, inició por su cara recorriendo todo el cuerpo hasta llegar al pantalón, desapuntó cada uno de los botones, levantó sus calzones e introdujo su mano. Las lágrimas no paraban de deslizarse por el rostro de la inocente niña, tan solo rezaba para que parara, y se preguntaba el por qué esto le pasaba a ella. Aquel sujeto de no más de cuarenta años, no le importaba el dolor de la víctima, no le interesaba que fuera a penas una infante. Cuando aquel hombre intentó abrir su pantalón, se despistó y soltó a la pequeña, pensando que ella no se atrevería a escapar; pero se equivocó, apenas Miley tuvo la oportunidad corrió. De repente vio a una amiga de su madre, la abrazó y cayó. La señora muy asustada empezó a pedir ayuda y un policía se acercó, la tomó entre sus brazos y la llevó a la clínica más cercana, tal fue la coincidencia que era donde se encontraban sus padres y su hermano.

 

Al despertar, Miley estaba desorientada y le gritaba al médico que se fuera, al ver la reacción de la pequeña una doctora se hizo cargo del caso. Tras pasar un par de minutos con la niña notificó a los padres que necesitaban realizar unos exámenes y alertar a las autoridades, pues al parecer la menor había sido agredida. Los padres preocupados por sus hijos no sabían qué hacer, se sentían culpables por haber dejado sola a su pequeño tesoro.

 

Tras unas horas de estar internada en la clínica, Miley recibió la visita de una psicóloga, quien poco a poco logró hacer que hablara, haciéndole pequeñas preguntas al inicio, demostrándole que podía confiar en ella, logrando ganarse su confianza.

 

Mientras eso, los exámenes de Josué salieron por fin, los resultados estaban bien, tan solo era una intoxicación, por ese lado ya podían respirar.

Pasado los minutos, la psicóloga salió de la zona en donde se encontraba Miley y le informó a la doctora lo que había hablado con la pequeña, confirmando lo sucedido, esa información también fue compartida con los padres que no aguantaron el dolor. La madre se desplomó en el suelo y el padre empezó a llorar, se cogía la cabeza a punto de arrancarse el cabello. En ese momento, Josué, quien aún desconocía lo sucedido, se acercó a sus padres asustados al verlos en ese estado, enterándose de lo que le había sucedido a su ratoncita.

 

El primero en ver a Miley fue su hermano, quien la abrazó fuerte y susurró en su oído: -ese tipo la va a pagar, te lo juro-; los dos empezaron a llorar descontroladamente. No podía creer que eso le hubiera sucedido a su pequeña.

 

Este era el tercer caso que sucedía de abuso a un menor en el barrio, por lo que las autoridades estuvieron pendientes de lo que sucedía. Una señora que se encontraba en la clínica al conocer los que paso dijo: -quien sabe que estaba haciendo esa niña para que le pasará eso, aunque no le paso mucho, no la penetro.

 

Ante el comentario, la madre de Miley, que se encontraba sentada a tan solo unos pasos de ella, se levantó y estampó su mano en el cachete de la mujer.

 

Luego de realizados los exámenes, los agentes de la policía de infancia solicitaron a la niña describir al sujeto, pero no pudo, los doctores y psicóloga interrumpieron pidiendo que por favor le dieran tiempo y la dejaran descansar. Tras vivir aquel momento tormentoso tuvo que ir a varias sesiones con la psicóloga.

Los años pasaron, el sujeto aún seguía libre y la ahora no tan pequeña Miley, de 15 años, seguía yendo al consultorio. Fueron siete años donde la joven compartía sus pensamientos, temores y sueños a una profesional, la cual mediante un informe entregado a los padres de la chica y a sus superiores afirmaba que Miley se encontraba en buen estado físico y mental. Los progenitores de la joven estaban tranquilos y felices, pues su amada hija se veía feliz y por fin salía a la calle con total normalidad.

Ni el mejor profesional logra ver los secretos y sentimientos reales de las personas y menos de una joven quien decidió olvidar y negar que ese acto de casi violación sucedió. Aunque Miley asistía a cada una de las sesiones, nunca contó a su psicóloga que cuando cerraba sus ojos aparecía ese hombre que en el pasado la manoseo.

 

Un día Josué quedó en encontrarse con su hermana en la Casa de la Cultura, pues tenía la ilusión de inscribirse en las clases de violín. A lo lejos la vio y saludó, de un momento a otro un señor se acercó y ella empezó a gritar, Josué corrió a ver que sucedía.

 

-Es él. Aléjese de mí, ahhh ahhh-, gritaba Miley descontroladamente.

 

El hombre le colocó un pañuelo con somnífero en la cara y la domino. Josué logró llegar a donde estaba su hermana balanceándose sobre el sujeto, lográndolo botar al suelo, golpeándolo fuertemente. Quienes se encontraban cerca del lugar se acercaron a ver lo que sucedía, pero nadie llamó a la policía, solo gravaban el acto con sus celulares e incentivaban aún más la pelea.

 

Cuando ven que el joven no paraba de atacarlo deciden separarlo, pues el señor se encontraba inconsciente. Josué se levantó y alzó a Miley y llevó a la casa. Tras varias horas la joven despertó y empieza a llorar, su hermano la consuela con abrazos, besos y demás; cuando logró calmarla, decidió ir por un helado, exactamente el favorito de su niña adorada. Nunca se imaginó lo que iba a pasar.

 

El 30 de mayo del 2020 Miley terminó con su vida no sin antes dejar una nota a su familia donde les pedía perdón por ser tan débil y no poder salir adelante.

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Angie Paola Beltrán Cruz

Comunicadora Social y Periodista

Licenciada en Literatura y Lengua Castellana en formación.

2023

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